UN PANORAMA DESOLADOR

La iglesia hispanoamericana, aislada de pronto se vio sometida a una de las pruebas más duras de su historia: la muerte o el extrañamiento de sus obispos dejó aquellos inmensos territorios sin pastor, y aunque la Santa Sede veía la necesidad urgente de instituir obispos, se encontró con la resistencia del Gobierno español, que consideraba una lesión a los derechos del regio patronato el que se nombrasen prelados para aquellas provincias sin la presentación del Rey; por otra parte, los Gobiernos independientes, imbuidos no menos de los heredados principios regalistas españoles, pretendían ejercer un patronato y exigían, no sin amenazas, que la Santa Sede entrase en sus miras políticas.

«En tales circunstancias, puede hablarse de un verdadero caso de conciencia para la Santa Sede, pues quedó en la alternativa de establecer el episcopado en América y

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sufrir las consecuencias del disgusto español, o abandonar a una lenta muerte espiritual a los millones de católicos hispanoamericanos, con un gravísimo cargo ante Dios. El problema no era fácil de resolver, como a algunos puede parecer a primera vista, puesto que complicados elementos políticos y religiosos iban de tal manera entrelazados, que resultaba muy espinoso el llevar a la práctica cualquier solución por clara o elegante que ésta pareciese en el terreno especulativo de las ideas jurídicas»".

El Nuncio Giustiniani había escrito al Cardenal Secretario de Estado Della Somaglia que los revolucionarios no se contentaban con tener a la Iglesia neutral, sino le obligaban a ser auxiliar, «o diré más bien, cómplice de sus maldades». En tan dura prueba, sea cual fuere el resultado, «la Iglesia no debe sonrojarse ni arrepentirse de haber, con lealtad, reconocido y favorecido el Gobierno legítimo, hasta que la total emancipación de un lado y la pérdida de todos los medios de reprimirla por otro hayan quitado toda esperanza de verlo triunfar». Pero no obstante, «creo que ha convenido siempre y conviene todavía más ahora escuchar las demandas y propuestas que hagan a la Santa Sede los disidentes» 16

Por su parte Della Somaglia escribe el 3 de diciembre de 1826 una carta en la que le comunica que dentro de poco tiempo serían nombrados algunos obispos en la América española «pero para evitar el cisma, no serán obispos auxiliares, ni vicarios apostólicos, sino obispos residenciales, aunque por respeto al Rey de España, se haría el nombramiento motu proprio»".

La Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios en la sesión de 18 de enero de 1827, había decidido nombrar los obispos en el próximo Consistorio. Giustiniani, al enterarse, responde aceptando ese hecho pero dice. «Sería mucho mejor hacer la nominación por breve y no en consistorio, se evitaría la publicidad que ofende más que nada al amor de los propios españoles»".

Giustiniani había sido nombrado Cardenal en octubre de 1826. A finales de este año urge a la Santa Sede para que se le autorice la salida, por encontrarse en situación conflictiva con el Gobierno español. Al fin se autoriza su vuelta a Roma. Pero se le anuncia que Francesco Tiberi, designado para sucederle en el cargo a mediados de 1826 como hemos visto, no podría llegar a España hasta la primavera. Por esta razón Giustiniani pidió que el nombramiento fuese por breve, y no en consistorio; en los momentos difíciles que se avecinaban podía ocurrir que no hubiese Nuncio en España, lo mismo que no había Embajador español en Roma por la muerte de Curtoys.

Pero no se tuvo en cuenta la opinión de Giustiniani, porque la Santa Sede confiaba en la mediación de Francia.

Efectivamente en los primeros días de febrero el Cardenal Della Somaglia envió un despacho, reservado y confidencial, al Embajador francés ante la Santa Sede en el que le recordaba «el ofrecimiento generoso de contribuir por su parte a facilitar las gestiones con las que la Santa Sede intenta proveer a las vigentes necesidades espirituales de los fieles en América». Al Embajador no se le ocultaría ningún punto sobre las relaciones de la Santa Sede con aquellos países, y se le termina pidiendo en nombre del Papa la mediación del Rey de Francia20.

Pero las relaciones entre la Corte española y la francesa no eran muy buenas, desde hacía algún tiempo, y nada podía molestar más que Francia interviniese en el conflicto.

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El Papa también confiaba en la eficacia de una carta, que escribiría a Fernando VII antes del nombramiento, y que estaba fechada el 12 de mayo.

El día 17 de ese mes salió Giustiniani de Madrid, el 19 llegaba Tiberi a Génova camino de la Península Ibérica, y el 21 se celebró en la Ciudad Eterna el Consistorio.