INTRODUCCIÓN

El 20 de mayo de 1826, el encargado de Negocios de España en Roma, Sr. Curtoys, participó al Gobierno español que de la Secretaría Vaticana le habían pasado una Nota, fechada el 8 del mismo mes, manifestándole que acercándose el momento de conceder la dignidad cardenalicia al Nuncio en Madrid, Mons. Giustiniani, el Papa había fijado su vista en cuatro sujetos para elegir entre ellos al nuevo Nuncio, y deseaba conocer cuál sería más grato a Fernando VII, creyendo que Monseñor Francisco Tiberi, Auditor de la Sacra Rota Romana, era, por su doctrina, experiencia, piedad y otras dotes personales, el más adecuado. «Me parece -dice Curtoys- que pueda ser el más conveniente y a propósito para el caso Monseñor Tiberi, que Su Santidad propone el primero, el cual tiene más de 50 años de edad, y diez de Auditor de la Sacra Rota Romana, en la que ha desempeñado siempre y desempeña sus atribuciones con mucho aplauso, integridad y rectitud, procurándole su conducta la reputación de docto, justo y firme, de modo que su voto en el tribunal de la Rota es de los de mayor peso»'.

Tiberi llegó a la frontera española el día 16 de junio de 1827. El viaje hasta ese punto había sido sin problemas. Pero en la mañana del día 17 el comandante de la plaza le hace saber que tiene órdenes para que detenga la marchan.

Se le entrega al Nuncio un despacho fechado el 14 del mismo mes por el Ministro Secretario de Estado González Salmón. Este comunica que hasta la resolución de “un grave negocio» hecho saber a Fernando VII por el Papa León XII, conviene la supresión de la entrada”. Tiberi desconoce el fundamento de tal decisión que resulta bastante sorprendente y hasta escandalosa, no sólo para el Nuncio'. Pero dice que se cree que el «nombramiento de los obispos de América, comunicado con la carta de Su Santidad al rey católico» es la causa.

Efectivamente en el consistorio de 21 de mayo de 1827 el Papa preconizó Obispos para América sin contar con el Patronato Regio. Un mes antes, el 4 de abril, el Encargado de Negocios en Roma participa al Ministro de Estado español que se había enterado del proyecto de preconizar Obispos para América, y que había hablado con el Cardenal Secretario de Estado diciéndole que esos Obispos habían sido propuestos siempre a la

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Santa Sede por el Rey, que es el que tenía el derecho de presentarlos, y que hasta ahora no había renunciado a él'.

El Papa escribió antes del consistorio, el 12 de mayo, una carta al Rey. El Secretario de Estado, Cardenal Della Somaglia envió una copia de ésta al Auditor de la Nunciatura Francisco Campomanes, con la orden de entregarla a Fernando VII.

«La carta del Papa, como informaría el nuncio en París, Lambruschini, a Roma se había entregado a escondidas y de un modo ofensivo. El Rey no tenía noticias de Roma sobre este tema, desde hacía dos meses y ellas no informaban de lo que había pasado realmente. En Madrid no había nuncio a quien elevar una protesta y diese alguna explicación. Y lo más importante, el contenido de la carta iba en contra de la actitud mantenida por el Rey, desde que comenzaron las luchas de la independencia Americana respecto a las Indias en el tema de los obispos, prefería verlos privados de ellos para que sientan más a desgracia de la separación, se rebelen contra sus Gobiernos y vuelvan el dominio de su legítimo soberano»'.